No siempre reparamos en el hecho de que un edificio como este es una mole pétrea como si fuera una gran montaña en el centro de la ciudad.
Y la naturaleza se impone, ocupa su espacio, se integra en el templo y nos habla de Dios a través de sus criaturas.
Un paisaje de gárgolas, pináculos y cigüeñas enmarca este lugar sagrado y nos recuerda que formamos parte de un legado que nos ha sido transmitido y que debemos cuidar para hacerlo llegar a las generaciones futuras.